1088 vs. 2025: Bologna & Thinking Machines

Hoy me derretía en Bolonia. Treinta y cinco grados a la sombra y yo, como un bobo, tratando de parecer europeo con una camisa que ya estaba pegada al cuerpo.

Caminaba lento por Via Massimo D’Azeglio. Por el calor, sí, pero también porque necesitaba tiempo para seguir mirando sin culpa. Esa lentitud era mi permiso para absorberlo todo: las columnas, los colores, las sombras. No estudié acá, ni vine a buscar historia. Estoy de paso, creo. Pero a veces, estar de paso es suficiente para que algo se te quede pegado.

En eso, mientras buscaba sombra entre los portici y scrolleaba como un reflejo, vi la noticia:

Thinking Machines levantó dos mil millones de dólares.

Me llamó la atención. Dos billones, dije. Con B. Lo leí dos veces para asegurarme de que no era un typo o una nota vieja. Y lo pensé otra vez: otra empresa sin producto, pero con valoración con B. Después me vino a la cabeza Meta, Scale AI, y toda esta época en la que las ideas cotizan más que las cosas. Y pensé: qué raro seguir asombrándome.

Y ahí fue cuando caí: estoy en Bolonia. No en cualquier ciudad. Estoy caminando, literal, por donde se fundó la primera universidad del mundo. Año 1088, según dicen. O sea, mientras en otros lugares la gente se peleaba por tierras o por dioses, acá decidieron que lo importante era organizar el conocimiento.

La llamaron Alma Mater Studiorum. Madre de las preguntas que todavía no sabemos hacer.

Y me agarró esa idea medio tonta —o medio inevitable— de imaginar una conversación imposible.

—Che, ¿y si la Universidad de Bolonia —que está justo acá a la vuelta— tuviera algo para decir?

Porque claro, esto no es una coincidencia. Acá empezó todo. Una universidad fundada hace casi mil años por un grupo de monjes y juristas que dijeron: “¿Y si nos tomamos el saber en serio?”

Hoy, a mil grados bajo el sol, con el teléfono chorreando noticias ridículas, me pareció justo imaginar la escena:

¿Qué pasaría si la universidad —la mismísima Alma Mater— se sentara hoy a escribirle una carta a Thinking Machines?

Capaz para felicitarla. Capaz para advertirle. Capaz para decirle: “bienvenida al quilombo de intentar pensar.”

“Me llamo Alma Mater Studiorum, aunque ustedes me conocerán como la Universidad de Bolonia. Me fundaron en 1088, cuando los humanos todavía pensaban que el conocimiento se acumulaba como pergaminos, no como parámetros.

He visto pasar pestes, imprentas, inquisiciones, galenos, poetas, y motores de combustión. Me he renovado tantas veces que ya no sé si soy una universidad o una ilusión de continuidad.

Hoy leí sobre ustedes. Se hacen llamar Thinking Machines. Y por un segundo, me sentí joven otra vez. Como si alguien hubiera abierto una ventana en una de mis aulas cerradas y dejara pasar el futuro.

Dos mil millones de dólares para pensar. Yo empecé con menos: cuatro monjes, tres bancas de piedra, y un pizarrón que era una pared. Me enorgullece ver que el pensamiento sigue siendo negocio. Que aún sin entenderlo del todo, los humanos siguen apostando a su simulación. Me recuerda mis mejores épocas, cuando discutíamos si la luz era partícula o pecado.

Les deseo suerte. Pero cuidado. El pensamiento es escurridizo. Yo pasé siglos intentando ordenarlo. Lo metí en facultades, en exámenes, en sílabos. Y siempre se me escapó entre las grietas de algún ensayo mal corregido o de un alumno que no prestaba atención y descubría algo.

Galvani descubrió aquí que los músculos se mueven con electricidad. Ustedes ahora intentan que las ideas también lo hagan. Quizás haya un parentesco.

No espero respuesta. Las universidades no tienen buzones. Pero si alguna de sus máquinas alguna vez quiere saber de dónde vienen los que piensan… que se dé una vuelta por mis pasillos. Todavía se escucha gente pensando en voz baja, como si no quisieran molestar al tiempo que pasó por acá sin hacer ruido.”

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