Una tragedia con risa en los bordes
Hay libros que te hacen llorar. Otros que te hacen reír. Y después están los que logran que te rías mientras tenés un nudo en el estómago. Wedding People, de Alison Espach, es uno de esos.
No sabría decir si es una novela sobre la pérdida, sobre los matrimonios ajenos o sobre la incomodidad existencial de estar en el lugar justo y en el momento más erróneo. Pero sí sé que está tan bien escrito que me hizo reír en voz alta mientras leía escenas que, si me hubieran pasado a mí, me hubieran dejado tres días sin salir de la cama.
La narradora tiene una voz tan honesta y tan incómoda que por momentos me sentía dentro de su cuerpo. Pude oler el perfume empalagoso del hotel, sentí el calor pegajoso del vestido que no le terminaba de cerrar, y sobre todo, la incomodidad. Esa incomodidad que no es física sino existencial. El ¿qué hago yo acá?, el esto no es mío, el ¿por qué todo el mundo parece saber qué hacer menos yo?.
Y en medio de esa incomodidad aparece el humor. No el humor de carcajada fácil, sino uno más ácido, existencial, que aparece justo cuando uno empieza a perder pie. Como cuando escribe:
“It’s basically like being on a sinking ship. Except you’re never allowed to acknowledge that the ship is sinking.”
Ahí está todo: el absurdo de lo social, la represión de lo emocional, y ese hilo de ironía que mantiene a flote a la narradora (y a nosotros, lectores) en medio del naufragio.
La historia, que en otras manos podría haber sido un melodrama, en Espach se convierte en una especie de comedia de observación emocional. Una comedia lúcida. Como si Joan Didion y Phoebe Waller-Bridge se hubieran escapado juntas a escribir desde un hotel de bodas en Connecticut.
Y después están esas frases que se quedan rebotando en la cabeza como si te las hubiera dicho una amiga brillante en el momento justo:
“Seems more plausible that Hell is some revenge fantasy concocted by unhappy people so they could punish all the happy people in their minds.”
Una línea así no solo hace reír. Hace pensar. Y eso, en una novela sobre el duelo, el amor ajeno y las convenciones sociales, es un pequeño milagro.
Me hizo reír, sí. Pero no de una manera superficial. Me hizo reír porque me recordó que la vida, incluso en sus momentos más absurdos y dolorosos, a veces se parece mucho a una comedia mal actuada en un teatro vacío.
Y quizás, ahí esté el consuelo.