The Women
Yo no debería haber leído The Women. No era para mí. Venía de semanas sumergido en papers sobre LLMs, anécdotas de Bashevis Singer y tutoriales de Terraform. Quería leer algo liviano, algo que no me sacara de quicio. Pero el algoritmo me ganó. Me mostró la tapa, me recordó que Kristin Hannah escribió The Nightingale y Firefly Lane, y ahí fui.
La gran ironía del libro es que el dolor no viene de la pólvora ni del frente. Lo que verdaderamente lastima son las relaciones humanas: la amistad que se enfría, la culpa que no se dice, el amor que no alcanza.
Una historia (mal) enterrada
The Women no es una novela de guerra tradicional. No sigue a soldados, no celebra la estrategia ni la gloria. Lo que hace es entrar por la puerta de atrás —la de las enfermeras, las mujeres, las que fueron al frente sin uniforme reglamentario ni permiso para ser heroínas. En este caso, Frances “Frankie” McGrath, que deja su vida en Coronado, California, para unirse al Cuerpo de Enfermería del Ejército durante la guerra de Vietnam.
“It’s all about the men,” Gwyn said. “Did I tell you I tried to join a Vietnam vets talk therapy session in Dallas? It’s always the same thing. ‘You don’t belong. You’re a woman. There were no women in Vietnam.’”
— The Women, Kristin Hannah
La frase parece ficción, pero podría haber salido de cualquier testimonio real. Y de hecho, salió de muchos. En una entrevista con Hannah en NPR, la autora cuenta que esta novela nació cuando descubrió que más de 11.000 mujeres estadounidenses sirvieron en Vietnam, la mayoría como enfermeras, y que al volver, el país las ignoró. Peor: las invisibilizó.
Lo más doloroso no es la guerra. Es el regreso.
Trauma, cuerpo, memoria
En términos formales, The Women combina la intensidad emocional de un diario íntimo con la estructura épica de una crónica histórica. Pero lo que me pareció más perturbador (en el buen sentido) es su aproximación casi física al trauma. Kristin Hannah logra —a través de una prosa simple, sin adornos innecesarios— que sientas el dolor corporal, la rabia mental, el asco existencial.
En esto, la novela resuena con estudios recientes sobre PTSD en mujeres veteranas. Por ejemplo, el paper de Street, Vogt & Dutra (2009) analiza cómo las mujeres experimentan el estrés postraumático de forma distinta a los hombres, con más frecuencia de síntomas relacionados a culpa, vergüenza y aislamiento social. Hannah no cita estudios, pero los canaliza como si los hubiera escrito en una libreta junto a la máquina de escribir.
“It wasn’t the blood that haunted me. It was the forgetting.”
— Frankie McGrath
Y claro, ahí es donde la novela se vuelve política, sin necesidad de levantar la voz. Porque contar una historia olvidada es también una forma de ajustar cuentas con el relato oficial.
Comparaciones inevitables
Una amiga me dijo, mientras le contaba sobre The Women, que le hacía pensar en The Things They Carried de Tim O’Brien. Me quedé dándole vueltas. Es cierto: ese libro también habla de Vietnam, de la carga física y emocional que llevan los soldados.
Pero hay algo que siempre me hizo ruido —y recién ahora lo terminé de digerir—: en esos libros, las mujeres no están. O si están, es para mandar cartas, aparecer como fantasias sexuales, o ser la razón por la cual el soldado quiere sobrevivir.
Nunca para contar lo que les pasó a ellas.
En cambio, Hannah las pone en el centro sin convertirlas en estandartes. Las muestra con miedo, con dudas, con agallas. Reales.
Mientras leía, me puse a buscar si alguien más había hablado de este silencio. Y me crucé con un ensayo de Rebecca Solnit: decía que el silencio histórico de las mujeres no es un olvido, es una forma de control. Una estrategia del poder.
No lo había pensado así. Pero después de leer The Women, tengo que admitir que tiene todo el sentido del mundo.
Lo cursi, lo real, lo necesario
Ahora bien, The Women no es perfecta. Tiene momentos donde la emoción se vuelve empalagosa. A veces el diálogo parece más de Netflix que de Saigón. Y sí, los que venimos de leer a Rachel Cusk o a Jesmyn Ward notamos los lugares comunes narrativos.
Pero, ¿y qué? A veces —como dicen las tías de muchos de nosotros cuando lloran viendo This Is Us— lo cursi también es verdad.
Es ese tipo de historia que te deja con un nudo en la garganta y te hace llamar a tu vieja sin saber bien por qué.
Y yo, que empecé el libro pensando que era “algo para mi hermana”, terminé recomendándoselo a cada amigo que alguna vez creyó que la guerra era solo cosa de hombres.