Fear and Loathing in Las Vegas

Hay libros que no se leen: se sobreviven. Fear and Loathing in Las Vegas de Hunter S. Thompson es uno de esos. No porque sea difícil —la prosa es más bien vertiginosa y adictiva— sino porque te arrastra a un estado de ánimo donde la frontera entre ficción y realidad se vuelve un espejo roto.

Y eso, en algún sentido, lo agradecí.

Me transportó, literalmente. No sólo a la mente de su protagonista, sino a una Las Vegas que (me consta) ya no existe. Hace poco anduve por esas calles, y no podía evitar ver los fantasmas: hoteles que cerraron hace años, maneras de estar en Las Vegas que ya no existen más, como un boliche viejo tapado de polvo.

De todo ese despelote, me traje algunos recuerdos que siguen ahí, dando vueltas.

  • “He who makes a beast of himself gets rid of the pain of being a man.”

  • “In a closed society where everybody is guilty, the only crime is being caught.”

Y un guiño inesperado: la mención al boxeador argentino Ringo Bonavena, flotando como un anzuelo perdido en medio de un mar de LSD y paranoia.

En su momento, Fear and Loathing no fue sólo un experimento literario. Fue también una declaración de principios: Thompson ayudó a definir lo que más tarde se conocería como gonzo journalism, un estilo que no busca ocultar la subjetividad del narrador, sino abrazarla.

La crónica no es un espejo neutral de los hechos: es un espejo roto que refleja también los temblores de quien lo sostiene.

Combinar el reportaje factual con la experiencia subjetiva no es un accidente: es el corazón del gonzo.

La historia no es tanto lo que pasa afuera, sino lo que pasa adentro mientras afuera ocurre algo inasible, desbordado.

¿Pero me fascinó el libro?

La respuesta es más complicada.

A medida que avanzaba, sentí que las historias empezaban a superponerse como capas de la misma tela gastada. La sensación inicial —el desconcierto, la locura, la brutal lucidez escondida entre alucinaciones— ya estaba entregada en las primeras páginas. El resto fue una repetición, como si Thompson hubiese querido asegurarse de que entendieras el mensaje… a los golpes.

Todo era un caos que se clonaba a sí mismo, como esos espejos que se reflejan al infinito. Wikipedia: Fractal

Y de fondo, latiendo como un rumor, está el eco del Teorema del Caos: pequeños desvíos que crecen exponencialmente, hasta que lo que empezó como un viaje de drogas termina retratando la disolución total de una época, de un país, de una idea de civilización.

La incoherencia del relato no es un error: refleja la incoherencia de su tiempo.

El libro es una crónica en caída libre del colapso del sueño de los 60s —una época que creyó en la revolución, en el amor libre, en las puertas de la percepción abiertas de par en par— y que terminó disolviéndose en un desierto de miedo, drogas, y desesperación.

¿Lo recomiendo?

Sí, pero no como quien ofrece un vino delicioso, sino como quien señala una puerta que da a una tormenta:

“Si querés entender un poco mejor de qué estaban hechas las pesadillas del sueño americano, cruzala. Pero no esperes encontrar refugio del otro lado.”