POMO
Esto no empezó como una empresa.
Empezó como una pregunta en voz baja, un martes a la noche, en la cocina del departamento, cuando mi pareja volvió del trabajo con esa cara de “no doy más” que ya le conocía demasiado. No hacía falta que dijera nada. No hacía falta preguntar. Yo también había estado ahí.
La diferencia es que ahora yo tenía tiempo —o eso creía— porque venía de pegarme un lindo palo. Había fundado una empresa, me había ido bien, me había ido mal, me había ido. Las startups son eso: la montaña rusa sin cinturón de seguridad.
Y entonces, esa noche, le dije: “¿Y si lo armamos nosotros?”
No sabíamos bien qué. Pero sabíamos lo que no queríamos más: estructuras rígidas, jefes que no escuchan, procesos que nadie respeta, horarios eternos, sueldos que no alcanzan, promesas que nunca llegan.
Así nació POMO.
No como una empresa, sino como un salvavidas. Una forma de probar que se puede hacer gestión de proyectos sin volverse un robot. De acompañar a otras empresas sin convertirse en su muleta. De armar estructuras elásticas que se adaptan al momento, al cliente, al equipo, a la vida.
Lo que empezó como una solución para salir del pozo, hoy es algo que factura más que lo que ganaba ella en relación de dependencia. Crece, muta, respira. Y lo más raro: ayuda.
Ayuda a otras personas que, como nosotros, están cansadas de chocarse contra el mismo vidrio una y otra vez.
¿Qué es una estructura elástica?
Es lo que somos cuando dejamos de fingir que somos de acero. Es entender que no hay una única forma de hacer las cosas. Que un equipo puede ser un Slack con cinco personas en distintos husos horarios. Que un Gantt puede ser un chiste privado entre amigos. Que un PM puede tener tatuajes, o hijos, o estar aprendiendo a programar mientras maneja una reunión con inversores.
Es saber que el futuro no se planifica: se improvisa bien.
Y Buenos Aires tiene mucho que ver con esto. Porque en esta ciudad, donde todo es demasiado y nada alcanza, emprender es un acto de fe. Salís a la calle con una idea y volvés con una historia. Y si no sabés contarla, te la inventan.
Hoy escribo esto casi como un acto de resistencia. Porque POMO no me salvó solo a mí o a mi pareja. Me está dando un sentido cuando pensé que ya no tenía más fichas para apostar. Me está devolviendo las ganas de crear.
Y sí, es difícil.
Es pelear con AFIP y con el dólar y con los lunes que parecen miércoles. Es lidiar con la incertidumbre de cada cliente nuevo, con los mails que no llegan, con las reuniones que se estiran como chicle.
Pero también es eso que me hace sentir —a veces, a la noche, cuando ya no queda nadie despierto— que estoy haciendo lo que tengo que hacer. Que si el mundo se va a caer igual, al menos que me encuentre construyendo algo.
Hoy, después de haber casi salido de la empresa que fundé, me encuentro de nuevo en el barro, pero esta vez con la pala en la mano. Chocando, sí. Pero haciendo la mía.
Y si no es así, ¿entonces qué?